Tomados de la mano incurrieron en la osadía de recorrer la calle principal. Caravanas y bestias, todas apiñadas, intentando abrirse paso entre los transeúntes que caminan con milenaria resaca. Vendedores ambulantes vociferan y acosan a quienquiera que pase. El olor a comidas cocidas sin ninguna norma de higiene ni reparo en combinación de sabores torna nauseabunda la respiración.
Hemos recorrido tan sólo un par de cuadras pero se siente como una temporada en el infierno.
Levanto la cabeza, la giro a la izquierda, diviso un cartel luminoso que dice Bar.
¡Vamos por un Cocktail de Bienvenida que permita ponerse a tono con la locura!